Cuando somos pequeños, vamos construyendo nuestra personalidad en base a la forma en que nuestros padres/madres nos dicen que debemos ser. Lo que observamos que nuestros padres/madres son, lo que experimentamos que nos funciona ser, lo socialmente aceptado y las propias experiencias dolorosas, que dejan en nosotros heridas emocionales.
Cuando las vivimos en la infancia y no las hemos podido procesar, se forma una personalidad acorazada y defensiva para protegernos del dolor. Esta personalidad traduce la vida desde el miedo, la falta de confianza y el control. De forma que interpreta los actos, pensamientos y sentimientos desde el parámetro de «seguro que me va hacer daño, abandonar, mentir o traicionar». Nos quedamos atrapados en la relación que un día nos hizo daño, activando las reacciones de defensa y sintiendo el mismo dolor de la infancia. Es como un intento de reparar lo vivido, volviendo a repetir el dolor una y otra vez en nuestra vida, reforzando la defensa sin posibilidad de sanar.
Cuando todo esto es conducido por nuestro niño herido, la herida emocional es incapaz de sanar y estaremos reproduciendo el dolor una y otra vez. Conocer la personalidad herida y desarrollar otras partes conscientes y sanas, hará más flexible y sana nuestra manera de vivir y relacionarnos.
Consejos para afrontar heridas emocionales
Para trabajar todo esto y no reproducir continuamente el dolor, te dejamos algunos consejos:
- Conoce tu personalidad herida. Estate presente desde tu adulto, observando tus partes en conflicto y tus heridas. Conoce tu herida, tus miedos, qué experiencias has vivido y de qué te proteges. Para ello pregúntate ¿cuándo se activa tu personalidad herida? ¿Qué necesitas en estos momentos?
- Desahoga el dolor que encierra la herida. Para procesar el dolor es necesario visitarlo y transitarlo. Hay que vivir, expresar y significar el dolor. Dale espacio para que pueda sanar. Conecta con el dolor que viviste, con la tristeza, el miedo, el enfado… Dale voz y un lugar a todo aquello que callaste y sufriste en silencio.
- Completa la tarea de desarrollo. Poder cubrir nuestras necesidades y sanar aquella falta que un día tuvimos, poder maternarnos, ser nuestra propia figura de cuidado, aprender a tratarnos diferente y reconciliarnos con nosotros mismos.
- Dale espacio al verdadero yo. Liberar el verdadero yo es tener derecho a expresarme con autenticidad, desde el yo que soy, vivir conectada con lo que siento, mis necesidades y mis experiencias. También es poder poner límites y permitir abrirnos a nosotros mismos y a los demás desde el respeto, respetando mis tiempos. Por ejemplo: poder vincularme, sanando la necesidad de complacer a los demás.
Es importante adentrarnos en nuestras heridas. Es un proceso que moviliza y despierta muchas partes vulnerables de nosotros mismos. Pero es muy importante hacer este proceso acompañados de un profesional cualificado para abordarlo desde un lugar seguro, desde un sostén y una guía. Buscar ayuda de un profesional e iniciar un proceso de psicoterapia podrá ayudarte a sanar y procesar experiencias que han quedado muy marcadas.
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