Una metáfora de las emociones. Alegría, Tristeza, Ira, Ansiedad, Empatía, Compasión.
Esta metáfora se emplea en el ámbito de la Terapia de Aceptación y Compromiso y nos viene a enseñar que es muy importante escuchar a nuestras emociones ya que siempre vienen con un mensaje al que debemos de escuchar y prestar atención, de esta forma conseguiremos paz mental y mayor bienestar con nosotros mismos y con aquellos que nos rodean.
Es importante que cuando las emociones llaman a nuestra puerta, las dejemos entrar y les cedamos el tiempo que necesiten para que estén con nosotros. Si las escuchamos y las cuidamos, se irán pronto.
Imagina que estás en tu casa. Normalmente el ambiente es muy sereno, ligeramente positivo, por lo menos… Pero sueles tener muchas visitas. De repente alguien llama a la puerta. ¡Es Alegría, y ha venido a visitarte! La dejas entrar y hablas con ella. Ni te importa por qué ha venido, porque sabes que, si la preguntas mucho de dónde viene y porqué, se podría marchar. No le gusta el análisis. Pero no pasa nada, te encantan las visitas de Alegría, por eso te dejas llevar…Siempre tiene mucha energía y te hace sentir muy bien. Es entusiasta, hace bromas y se ríe mucho. Y tú con ella. Alegría nunca se queda mucho tiempo y a veces, cuando se va, la echas de menos. Sabes que tienes que disfrutar cada momento cuando está contigo, porque son visitas preciosas.
Vuelven a llamar a tu puerta. Es tristeza. Uff… las visitas de tristeza son pesadas. Te quita mucha energía porque está muy centrada en todo lo que pierde, en todo lo que no tiene y derrocha un ambiente apagado que te pesa…Te tumbas en el sofá y coges una manta para intentar sentirte por lo menos un poco más cómodo durante la visita. Te da ganas de poner la tele o llamar a Alegría, pero sabes, que lo mejor que puedes hacer para tristeza es escucharla. Llorará, pensará que nunca se sentirá mejor, pero tu experiencia te ha dicho que no suele quedarse más de unas horas o días. Le preparas el sofá y preparas una taza de té. Van a ser días largos, pero merece la pena, porque tristeza necesita cariño y estás dispuesto a dárselo. Sabes que si no le dejas entrar intentará asaltarte en cualquier momento en el que empiezas a estar en calma, sobre todo por las noches o cuando estás a solas. Mejor hacerle caso…. Y luego seguir con la vida. Tras unos días vuelven a llamar a tu puerta. Es Ansiedad. Ay noooo… sabes que te va a revolotear todo. Ansiedad te pone nervioso. Corre de un lado para otro, sin centrarse en nada y lo único que hace es inventarse un montón de “Y si…” de todo lo malo que podría ocurrir. Siempre se preocupa. Pero… ¡tienes un plan! Te sientas con Ansiedad y haces un esfuerzo por comprender todos sus argumentos. Los apuntas en papeles separados. “Ansiedad, muchas gracias por darme toda esa información, vamos a ver qué hacemos con todo eso. Te prometo que me ocuparé de todo lo que me parece importante, ¿te parece?” Ansiedad se relaja notablemente. Juntos elegís, cuáles de sus preocupaciones merecen la pena tenerse en cuenta. Sólo eliges las preocupaciones que son realistas y tienen una alta probabilidad de ocurrir. Es que, sabes que no podrás atenderlo todo, sería demasiado… De todas formas, para cada cosa importante haces un plan de acción. A veces, tienes que reconocer que no puedes hacer nada porque las cosas están fuera de tu ámbito de control. Entonces, das un gran abrazo a Ansiedad y respiras con ella unos minutos, muy despacio, exhalando mucho y luego pones una canción alegre y dices: “Ansiedad, si no puedo hacer nada, para que preocuparme, ¿no crees que tenemos ya bastantes cosas que hacer?”
Normalmente Ansiedad se va contenta, sabiendo que la has comprendido. Le has prometido que vas a tomar las medidas que están en tus manos para prevenir los “desastres” potenciales que prevé. Cuando sabe que estás en ello, se va a su casa. Menos mal… porque sabes que si no la dejas entrar para escucharla estará delante de tu casa toda la noche, gritando, intentando despertarte, para que por fin te des cuenta que hay un montón de peligros allí fuera… Y a veces, viene Ira. No te gusta nada cuando viene, porque pierdes los estribos. Viene cargada de reproches, quejas y malas noticias sobre injusticias y te pone a 100. Te has dado cuenta que antes de escucharla, necesitas conseguir que se dé una ducha fría. Suele entrar sin avisar, asalta tu salón, por eso has tenido que aprender a reconocer el sonido de sus pasos cuando se acerca. Si estás preparado, te sale mejor lidiar con ella. Te entra mucho calor cuando está, pero si consigues desviarla hacía una habitación para que se tranquilice, puedes tomarte sus opiniones con más distancia. No te sueles acercar mucho a ella, porque sabes que, si te agarra, te dejas llevar, abres las ventanas para gritar al mundo qué mal sitio es e insultas a tus vecinos. Incluso te pueden dar ganas de tirar algo…. Ahora, Ira tiene su propia habitación en tu casa. Con un montón de cojines, papel para escribir, sin ventanas y sobre todo – ¡sin línea de teléfono o cobertura móvil! Sólo le dejas hablar con los demás una vez que se haya tranquilizado. Una de tus sillas del salón la llamas la silla de la Empatía y cuando Ira se ha calmado después de la ducha fría o unos minutos en su habitación, te sientas con ella y practicáis la Compasión con uno mismo y con los demás. No siempre funciona del todo, pero consigues evitar grandes altercados y por lo menos no quedas mal con los vecinos. Y eso sí: no dejas que Ira se queda de noche.
Adaptación por Eva Katharina Herber.
Esta metáfora de las emociones es un bonito ejemplo de tomar las cosas con perspectiva y saber escuchar lo que realmente nos quieren enseñar. Si quieres ampliar tus conocimientos y quieres consultarnos no dudes en ponerte en contacto con nosotros. Estaremos encantados de atenderte.